martes, 2 de junio de 2009

Ser legislador nacional es olvidarse un poco de la provincia

Está muy claro que los legisladores nacionales no logran destacar en su actividad legislativa, por lo menos no logran destacar para sus provincias. Y es una constante. Si vemos la lista histórica de nuestros legisladores observamos que prácticamente no los conocemos, salvo honradas excepciones. Con lo cual, si lo miramos desde el punto de vista de la buena imagen que puedan obtener desde las provincias de donde son originarios, los que son electos en la nación no llegan a ser conocidos o, si lo fueron, perdieron el conocimiento que traían de sus provincias.
Así las cosas, desde el punto de vista estrictamente de la democracia entendida como el gobierno de los votantes, no parece ser ese un destino ideal de la política, dado que no salen beneficiados por la opinión pública, sino mayormente desconocidos para la gente. Desde este lugar debería pensarse que las bancas legislativas nacionales podrían ser una especie de carga a la que los políticos se ven sometidos. No obstante esto no es así; los políticos ansían los cargos en el Senado y en Diputados de la nación.
Normalmente, y esto está sacado del relato de los propios legisladores y del ambiente de la política, el Congreso Nacional es el área de mayor crecimiento político en cuanto expectativa, ya que se los legisladores se encuentran físicamente en Buenos Aires, centro del poder del país, lo que permite estar cerca de donde ocurren las decisiones.
Esas decisiones son de todo orden: político, económico, social, judicial, etc, y los legisladores nacionales se encuentran cerca, a la mano. Y esto crea una expectativa de decisión sobre los asuntos del poder ya que existe la eventualidad para un representante de provincia de ingresar al todopoderoso Poder Ejecutivo Nacional; ciertamente entonces para sus carreras dejan de importarles el voto popular, aquel del que algo dependían en sus provincias, pero que ahora ya no los impulsa para esas nuevas situaciones de poder. O, mejor dicho, no les deja de importar tanto el conocimiento que la gente se tenga de ellas, su popularidad, sino que queda relegada al plano del ejercicio del poder.

Pero esto es precisamente que siendo legislador nacional ya no es tan importante el voto popular, ya se está en la carrera donde el que decide lo que sigue, el futuro, no es el voto, es el poder concentrado. Ser legislador nacional es estar bajo otra categoría política donde el voto de la gente pierde valor ante el presente inmediato y el que puede avecinarse. Por supuesto esto no explica perfectamente a quien pretende un nuevo cargo político superior como la presidencia, ya que necesitará los votos de la gente. Pero el resto ya no los necesita. Si uno solo va a ser presidente, los demás que no lo van a ser suponen que irán a cargos donde no se necesita el voto, sino las relaciones y la cercanía, circunstancias que auguran un nuevo cargo, una nueva situación.

Cierto secretario del ex presidente Menem dijo una vez algo así como que estar en el Poder Ejecutivo era recibir piedras, pero ser legislador nacional era arrojarlas. Si se piensa, el sistema contribuye no solo a sostener esa descripción, sino que para el tipo de político al que estamos mayormente acostumbrados, el Senado de la Nación o la Cámara de Diputados representa una especie de jubileo en vida, ya que se recibe un sueldo enorme, con viáticos, con gastos de representación, sin obligación alguna de ningún tipo. Es un período de vida relajada, -la obligación de asistencia no excede el día semanal- sin que haya control alguno, con dinero y con posibilidad –lamentable pero existente- de también producir negocios. Es casi como una adolescencia relajada de un joven de padres millonarios.
El problema es que no se puede ser adolescente con los problemas del Estado y que el papá millonario es la ciudadanía, ya para nada millonaria.
Es por ello, entonces, entre otras cosas, que es tan importante para nuestros políticos ser legislador nacional. Se corta el vínculo con quienes lo votaron, para pasar una temporada tranquila y estar más cerca del poder, de aquel que descarta a las urnas.
Sino, no votarían muchas veces tan distinto de lo que necesitan sus provincias, cuando son puestos a optar entre las alternativas del Poder Ejecutivo Nacional o sus lugares de origen.

La Seguridad no existe si no hay agenda

La Seguridad, que es un tema complejo, es decir, que reconoce muchas variantes en el orden del diagnóstico -término prácticamente desconocido por nuestros países-, implica una solución obtenida luego de producido aquel. Así, si no se sabe qué es lo que hay como dato objetivo de seguridad, es a ciegas que puede producirse un resultado. Puedo traer acá la imagen del mono que en el teclado azarosamente escribe a Shakespeare.
Las técnicas y tácticas para resolver los problemas de Seguridad son a la misma como la instalación del balde para que caiga el agua de la gotera: si no reparamos el techo, cada vez que llueva habrá goteras. Sin agenda, sin planificación, cada delito y la consecuente reacción al mismo son solamente la repetición de un drama, un acto que se ve a diario y eternamente, sin solución.
En el diagnóstico, tomado primero de un control de campo, sobre los hechos, tomados desde una fuente enorme y plurivisual del hecho, para pasar luego a una historia y obtener una tasa y luego una estadística, recién ahí, en ese estadio, es que pueden empezar a pensarse soluciones concretas de acuerdo a las distintas respuestas concretas posibles que puede darse en el plano de la defensa ciudadana. Por caso, no es lo mismo resolver el problema de evitación delictual con la puesta de políticas de desarrollo y compromiso con el ciudadano que delinque orientándolo para que ingrese a una empresa y deje de delinquir, que simplemente construir un pared grande en el barrio privado de enfrente. Pero si no hay empresas, por ahora, no está mal vista la pared, como medio para complicar la respuesta delictual.
Pero una vez obtenido esto, es que recién, con las diferentes constataciones -reales, ciertas, precisas-, dentro de una historia y una cuenta estadística, y sopesando las diversas, alternadas y escalonadas soluciones, sopesadas con los recursos a mano, es que recién puede elaborarse una agenda con plazos, actos, personas, recursos, destinos, objetivos, comprobación, es decir, resultados.
Sin eso, lo único que vamos a tener es un delito tras otro, y los funcionarios de la seguridad llegando después.

jueves, 9 de abril de 2009

Por qué nadie esgrime como bandera política que la gente pueda pagar más baratos los autos?

Este es un enigma que, desde que tengo uso de razón de conductor, no alcanzo a comprender. Los autos en Argentina son extremadamente caros a consecuencia de los gravosísimos impuestos que se les aplican. Por ejemplo en Chile, el vehículo que allí cuesta US$10.000.-, aquí vale US$20.000.-, exactamente el doble, lo que no es poco.
El auto es, en mayor medida, junto con la casa, el ideal de compra y consumo de casi todos el mundo, no solo en Argentina, también en el resto del mundo. El vehículo es una poderosa motivación económica de la gente, y dedica buen tiempo y dinero a conseguirla.
Pero sucede que acá, al ser tan caros, la gente destina demasiado tiempo y esfuerzo de su vida a conseguirlo. Muchas veces la vida económica de un hombre puede contarse en los pocos autos que tuvo a lo largo de su vida.
No me parece justo que sea tan caro.
No creo que lo que puede ser fácil de conseguir se haga dificil por razones ligadas a decisiones egoístas de terceros, como es el caso de los excesivos impuestos que se cobran por adquirirlos.
Nada más y nada menos que el enorme monto impositivo tiene razón en el mantenimiento de la pesada e ineficiente estructura estatal. No hablo siquiera desde una postura ideológica, sino meramente práctica y experiencial: el dinero que el Estado continuamente extrae de más a la gente tiene como objeto pagar el enorme costo de sueldos y gastos de la administración pública.
Cualquiera que observa la administración pública con un poco de detenimiento verá que esta no es muy eficiente y, si analiza sus costos, verá que gran parte de su dinero se pierde en el desorden administrativo, las compras y pagos sobrefacturados, la desidia de muchos empleados y en la nefasta idea de que para resolver una necesidad se necesita incorporar más gente. Usualmente, por supuesto, del partido político, la familia, los amigos del poder de turno.
A esos ítems va el exceso en el cobro de impuestos. No se niegan aquí los impuestos, las necesidades que asume el Estado requieren de fondos, pero los errores del Estado exaccionan a los ciudadanos.
Sí, me impresiona que ese colectivo popular del costo enorme y discriminador de los automóviles, no sea todavía bandera política de nadie.
Los argentinos, y no solo los varones por supuesto, soñamos con el auto. Soñamos con la compra, con el olor a nuevo y sentimos una sana envidia cuando vemos a otros países cuyas flotas son de autos nuevos, con la mejor tecnología y que los pueden comprar cualquier persona que cobre un sueldo.
No me parece justo, además, que el ciudadano debe gastar y reprogramar sus ingresos en relación con un auto. Si estos fueran baratos, ya que no podemos hablar que se trata de un lujo, el excedente de su dinero podría ir a otros gastos importantes para el mismo, para su familia y para la sociedad.
Dificilmente una sociedad pueda dar lo mejor de si y expresarlo a través de sus inversiones, si todo el dinero que recibe va a parar al mantenimiento de las pesadas arcas del Estado. Cientos y cientos de proyectos de cada uno de los individuos que componen la sociedad serían fértiles en caso de que se tenga más dinero.
No es justo. Y todavía no entiendo cómo ningún político ha ondeado la bandera de la reducción de impuestos de los autos.
Quiero una Argentina donde el que trabaja pueda cumplir con sus mínimos sueños. Dejemos que la gente tenga su auto nuevo, y que le sobre algo de dinero.